Editorial de El Popular en su Edición Especial


Hace 40 años, el presidente de la República, Juan María Bordaberry,

electo por el Partido Colorado, disolvió las Cámaras de Senadores y Diputados, creó un Consejo de Estado, suspendió las garantías individuales, y otorgó a la Policía y las Fuerzas Armadas potestades para garantizar los servicios públicos básicos.

El Popular N° 230

El golpe fascista

Bordaberry, colorado, latifundista ganadero, proveniente de la Asociación Rural, dio un golpe de Estado. Esta afirmación parece una obviedad, no lo es.
En el propio momento del golpe, los golpistas, empezando por Bordaberry, culpaban al marxismo y a la subversión, por el golpe que ellos estaban dando. En un discurso emitido por radio y televisión el 27 de junio de 1973, Bordaberry dijo:»Afirmo hoy, una vez más y en circunstancia trascendentes para la vida del país, nuestra profunda vocación democrática y nuestra adhesión sin reticencias al sistema de organización política y social que rige la convivencia de los uruguayos. Y va con ellos entonces el rechazo a toda
ideología de origen marxista que intente aprovechar de la generosidad de nuestra democracia, para presentarse como doctrina salvadora y terminar como instrumento de opresión totalitaria». Lo decía quién pisoteando la Constitución estaba dando un Golpe de Estado.
Empecemos entonces por delimitar responsabilidades políticas e históricas: el decreto N° 464/973 del 27 de junio de 1973 lleva la firma de Bordaberry. El golpe fue de derecha, lo dio la derecha y la izquierda y el movimiento popular lo resistieron.
Se dice, con razón, que el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 fue la culminación de un proceso. Ese proceso venía de más de una década atrás, de acción represiva del Estado, militarizando sindicatos, asesinando estudiantes y trabajadores, prohijando grupos para policiales de provocación como la JUP y los escuadrones de la muerte. Tuvo un punto importante en 1964, cuando se produce el golpe de Estado en Brasil.
En esa época se da el surgimiento del MLN y sus acciones de propaganda armada, pero también se da el recrudecimiento del accionar de los grupos fascistas y de la represión del Estado. Se dan los asesinatos de Líber Arce, Hugo de los Santos, Susana Pintos, Heber Nieto, entre otros. También el asesinato de los ocho obreros comunistas en el Seccional 20 del Paso Molino. Se generaliza la tortura.
La derecha en el gobierno, a través del también colorado Jorge Pacheco Areco, comienza un vaciamiento de las instituciones democráticas. Con el gobierno de Bordaberry, se intensifica el vaciamiento de la institucionalidad democrática, primero se ataca la independencia del Poder Judicial otorgando a los Tribunales Militares competencia en asuntos civiles, luego se entrega parte de las potestades del Poder Ejecutivo a los militares con la creación del Consejo de Seguridad Nacional, y finalmente se consuma el asalto al Poder Legislativo. Todo eso pasó antes, durante y después, de la crisis de febrero de 1973 y de los tan mentados Comunicados 4 y 7, que fueron un episodio de todo este proceso.
Las clases dominantes enfrentaban dos desafíos básicos en la década del 70. El primero de carácter estructural: Uruguay llega a 1973 tras casi dos décadas de estancamiento económico, inflación desatada, creciente peso de la deuda externa. Se necesitaba un monumental ajuste para garantizar condiciones para la reproducción del capital y el crecimiento de la tasa de ganancia de los capitalistas. El segundo de carácter político: el movimiento popular venía en un creciente proceso de consolidación y acumulación de fuerzas, se había unificado en el movimiento sindical, se había creado el Frente Amplio.
El golpe de Estado es parte central de la estrategia de un sector de las clases dominantes, la rosca oligárquica financiera, para responder a su favor estos dos desafíos. Había que cortar de cuajo la acumulación política y social del movimiento popular para permitir y garantizar el ajuste económico bestial que se proponían hacer. No había solo «rumores de sables», los sectores vinculados al latifundio, al capital financiero y a la exportación, reclamaban a gritos «mano dura» para terminar «con el poder sindical» y restablecer «el clima de negocios».
Todo esto se enmarcaba en una estrategia continental de EEUU que sembró de dictaduras el continente.
Por eso repetimos: el golpe y la dictadura en Uruguay no fueron militares, fueron de derecha, fueron fascistas. Cuando hacemos esta calificación lo hacemos no sólo por los métodos represivos; lo hacemos por su carácter de clase, con un predomino de los sectores del capital financiero y el latifundio y por su vinculación orgánica con el capital trasnacional y el imperialismo yanqui.
Una muestra por demás elocuente de esta afirmación se da con la publicación de los 421 nombres de colaboradores civiles de la dictadura. Todos ellos son blancos y colorados, de derecha. Solo tres ejemplos: Martín Etchegoyen, integrante del Honorable Directorio del Partido Nacional, fue el primer presidente del Consejo de Estado; Edmundo Narancio, redactor de El País y referente nacionalista, fue el interventor de la Universidad; Alejandro Vegh Villegas, vinculado al lobby bancario, y colorado, fue el ministro de Economía.
Esto ocurría mientras el Frente Amplio era perseguido, se manifestaba en la calle y sus principales dirigentes, militares demócratas ellos sí, eran detenidos, hablamos de Líber Seregni, Víctor Licandro y Carlos Zufriategui.

La Huelga General

El otro elemento distintivo, y único de nuestro país, fue la respuesta al Golpe de Estado: la Huelga General. Antes de la fundación de la CNT, en 1964, ante el golpe en Brasil, el movimiento sindical uruguayo discutió y resolvió que respondería con una huelga general a un golpe de Estado. Esta decisión fue discutida en cientos de asambleas y ratificada en dos Congresos de la CNT.
En la madrugada del 27 de junio, la CNT lanza la consigna de la huelga general con ocupación de centros de trabajo. En esa misma madrugada miles de trabajadores ocuparon en defensa de la democracia y la libertad.  Los estudiantes hicieron lo propio en las facultades y en la Universidad y se sumaron los estudiantes de secundaria y UTU.
Miles de hombres y mujeres, de muchachas y muchachos, escribieron una de las páginas más gloriosas de la historia nacional. Las fábricas eran desocupadas por las fuerzas represivas y se volvían a ocupar. Algunas fueron vueltas a ocupar hasta tres veces durante los 15 días de huelga. Cientos fueron apaleados y detenidos. Los estudiantes pagaron con sangre su compromiso democrático: durante la huelga fueron asesinados Ramón Peré y Walter Medina.
Algunos hablan de cierta tendencia romántica al hablar de la huelga y le quitan importancia, otros hablan de espontaneísmo de las masas. Nosotros no rehuimos la polémica pero reclamamos que se ubique a la resistencia popular y a la Huelga General en su justo lugar: una epopeya de heroísmo colectivo en defensa de la libertad.
Es cierto que no logró frenar la instalación de la dictadura, entre otras cosas porque salvo la del FA, no contó con un amplio respaldo político para hacerlo. Pero sin Huelga General la resistencia dura y permanente de 11 años hubiera sido imposible o más difícil. La Huelga General es uno de los episodios más hermosos y profundos de convicción democrática de la historia nacional y los protagonistas centrales fueron los trabajadores.

EL POPULAR y los comunistas

No podemos, ni debemos terminar este editorial sin hablar del papel jugado por el diario EL POPULAR en la denuncia y resistencia al golpe y en particular durante la Huelga General. EL POPULAR fue el diario de la libertad y también fue el diario de la lucha. Fue el vocero de la Huelga y contribuyó a su organización y sostén. Sus trabajadores recorrieron fábricas y facultades, informaron, organizaron la solidaridad. EL POPULAR fue asaltado por las Fuerzas Conjuntas y grupos fascistas de la JUP, su redacción destrozada y sus trabajadores golpeados, sometidos a un simulacro de fusilamiento colectivo en 18 de Julio y luego encarcelados. Estamos muy orgullosos del papel de EL POPULAR de su firmeza democrática y revolucionaria. A los que lo ignoran o lo minimizan los invitamos a que lo comparen con El País, que defendió el golpe y se alineó con la dictadura.
Las palabras finales son para los comunistas, para los miles de militantes del PCU y la UJC que estuvieron en la primera línea de combate por la libertad durante la Huelga General y luego durante toda la dictadura. No nos anima ningún espíritu sectario, al contrario. La resistencia al fascismo y la derrota de la dictadura no habrían sido posibles sin el compromiso y la participación de los trabajadores, los estudiantes, la izquierda y el Frente Amplio y amplios sectores democráticos de los partidos tradicionales. Lo reconocemos y lo saludamos.
Pero tenemos el derecho y la obligación de señalar el papel comprometido y heroico de los militantes comunistas en esta brega por la libertad y por la democracia en Uruguay. A ellos salud.

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