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Rodney Arismendi
Rodney Arismendi
En las conmemoraciones se corre el riesgo de transformar una obra en «cadáver sagrado», en palabras de Arismendi. Doble pecado, por la validez actual de sus escritos y porque nunca incurrió en la gravedad impostada.

Arismendi, que confiesa «haber perpetrado algunos libros», no se considera un literato. Sin embargo, gran parte de su producción puede incluirse en la categoría del ensayo. Aún en la oratoria política o el informe partidario su discurso es expresión personal intransferible, cargada de autenticidad. Y hay calidad literaria desde el momento en que es visible «la realización y la explotación consciente del medio verbal, el sentido de la ambigüedad y con-notatividad del lenguaje», como explica Real de Azúa definiendo el género ensayístico. Sin duda escribió páginas notables, como la «Evocación que pudo ser un prólogo» en Lenin, la revolución y América Latina.


¿Para qué y para quiénes escribió Arismendi?

A menudo se percibe alguna renuencia a emprender el abordaje de su obra de modo personal y directo, como si sólo los especialistas pudieran hacerlo. Esa actitud, reforzada por una dosis de mitificación del personaje y otra de timidez intelectual, no refiere sólo a Arismendi sino a la teoría en general. Sin duda el intento demanda tiempo y esfuerzo; quizás luchar con un texto.

Pero nada sustituye la propia digestión de las ideas, el diálogo y hasta el debate con el autor, desde nuestra circunstancia. Es la lectura y relectura, esa relación indelegable, lo que confiere vitalidad a una obra, confirma su vigencia y fecundidad, como «guía para la acción» que, entendida en la dialéctica de teoría y práctica, excluye reducirlo a un cómodo recetario, y asimismo como escuela de pensamiento. Leyendo a Arismendi aprehendemos el análisis de una situación concreta, la elaboración de la táctica, las exigencias metodológicas y la consecuencia revolucionaria.

Esa noción de la unidad dialéctica de teoría y práctica hace que Arismendi, como los clásicos del marxismo, no escribiera para la academia ni los litigios de tertulia. Los destinatarios de su reflexión son los militantes, los luchadores sociales y, en general, las «clases trabajadoras», las «grandes masas». Aún cuando el discurso se dirija a intelectuales, estudiantes, artistas, no se restringe a ellos: el significado de las alianzas sociales y políticas, el papel de la universidad, del arte y la ciencia, debe ser comprendido por los comunistas y por el conjunto del movimiento popular, situándose siempre en una perspectiva revolucionaria y un punto de vista de clase, proletario. Trabajos como el Informe a una asamblea de intelectuales, de 1948, o Encuentros y desencuentros de la universidad con la revolución, de 1965, la ponencia ¿Qué hacer por amor al arte?, de 1988, eran difundidos por los medios partidarios y demuestran su constante atención a esta problemática, en épocas y condiciones socio-políticas muy disímiles.

«La diferencia más ostensible entre el doctrinarismo y la dialéctica marxista consistirá siempre -si hablamos del plano político- en que los planteamientos teóricos de un marxista se llevan a cabo con vistas a transformarse en fuerza combativa, sólo posible por su penetración en las masas. Ello no quiere decir que las tesis teóricas o el plan estratégico puedan subordinarse a las exigencias de este u otro aspecto de la táctica». [Lenin, la revolución y América Latina]

Para Arismendi la labor intelectual no corresponde exclusivamente a los profesionales que, como decía el diablo tolstoiano, «trabajan con la cabeza». La división del trabajo en intelectual y manual, en teórico y práctico, es ajena al marxismo. Dice Arismendi: «...la perentoriedad de descarnar el contenido objetivo de la revolución, [...] identifica, de cierto modo, al revolucionario proletario con el investigador».[Problemas de una revolución continental]

La comparación con Gramsci es tentadora y merecería un examen particular. Pero es claro que ese carácter del militante deriva de los imperativos del marxismo, de la adopción consciente de una concepción filosófica. Es bueno recordar a Lenin, al que Arismendi siempre consideró su maestro. La conocida frase del ¿Qué hacer?, «Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario», forma parte de un alegato contra el eclecticismo y el pragmatismo que desprecian la teoría y reclama afinar los conceptos y el análisis «hasta en los matices».

El partido como educador

Arismendi subraya el papel educador y autoeducador del partido «...como unidad de teoría, práctica y organización. La fragmentación de estos tres elementos, inseparables, pero no reductibles uno en otro, afecta la naturaleza y la función del partido». [Vigencia del marxismo-leninismo] Por tanto, la formación teórica es tarea ineludible del militante y del partido, que podemos entender como intelectual colectivo.

«El Partido es educador y autoeducador: no sólo en el sentido de que promueve la experiencia de las masas y aprende de ellas, sino en el sentido de la necesidad de la discusión política e ideológica permanente; y de la preparación teórica, que no puede nunca ser hija de la espontaneidad o librarse a la voluntad individual».[Lenin, la revolución y América Latina]

La exigencia no se limita a la información: incluye el elemento activo. En este sentido la función pedagógica del «intelectual colectivo», debería incluir los espacios no sólo para investigar sino para elaborar con libertad creadora, pero con rigor crítico y metodológico, así como un conocimiento profundo no sólo de la elaboración marxista a lo largo de la historia, sino de la historia misma.

Aunque los textos arismendianos son complejos en sus contenidos y demuestran una erudición considerable, su estilo es directo y vital, con un lenguaje culto, pero llano y sencillo, para nada inaccesible, matizado con expresiones populares y un recurso permanente al humor y la ironía. Más allá del temperamento personal, el estilo está de acuerdo con el carácter y los fines de un dirigente que se quiere un «revolucionario profesional», en una tradición comunista que suele evocar.

El objetivo es socializar conceptos teóricos y políticos: es propaganda militante, en el alto sentido que da Rodó a esas palabras. Inaugurando la biblioteca de la Casa de la Cultura del PCU, en 1987, Arismendi defiende «la nobleza misma de la gran divulgación» y de la propaganda, «cuando es auténtica».
Y hace suya una proposición de Gramsci que a la vez brinda la óptica más justa para apreciar la obra de Arismendi: «Que una masa de hombres sea llevada a pensar coherentemente y de modo unitario el presente real y efectivo, es un hecho ‘filosófico’ mucho más ‘importante y original’ que el descubrimiento, por parte de un ‘genio’ filosófico, de una nueva verdad que se convierte en patrimonio exclusivo de pequeños grupos de intelectuales». [Acerca de la enseñanza, la literaturay el arte]

El Popular 218Por supuesto existió la elaboración colectiva en el PCU, y no es menor que, con la dirección de Arismendi, en la concreta práctica política, aún con errores e insuficiencias, en lo esencial el PCU actuara consistentemente con una orientación teórica y fuera capaz de desplegarla con independencia de clase. Porque la socialización de ideas no se logra sólo con escritos y conferencias, sino por la experiencia de las masas y su actividad. La educación del partido, la capacidad de elaboración de sus integrantes, habilita la democracia interna, la participación efectiva en la conducción. Sin ella, según Gramsci, se cae en una relación fetichista: el individuo ve el organismo al que pertenece como «una entidad extraña a sí mismo» con la que se identifica en forma verbal y pasiva. Gramsci relaciona esta fetichización con la «concepción determinista y mecánica de la historia», en la que los hombres se ven como objeto de fuerzas extrahumanas. En cambio, para Marx y Engels, los hombres son sujetos del proceso histórico, pues «la Historia no es sino la actividad del hombre que persigue sus objetivos». [La sagrada familia]

Los principios y la política

Bermejo Santos valora la obra de Arismendi como una «legítima continuación del paradigma marxista clásico», en tanto expresión «del vínculo estrecho entre la opción ética y los recursos conceptuales».

Esa opción ética radica, en lo individual, en la autenticidad de «la vida con sentido, la vida con ideales, de la vida entregada a una gran causa (…) donde lo fundamental es que uno pueda mirarse, ser fiel a sí mismo, a través de los errores que sin duda cometimos» en la lucha por «doctorarse de hombre». [Acerca de la enseñanza, la literatura y el arte]

En el campo de la política, la ética proviene de la lealtad a los principios, en promover ideas y valores justos. El internacionalismo y la solidaridad fueron factores movilizadores, organizativos y unitarios; integraron la conciencia social en épocas diversas: en defensa de la revolución rusa, la República española, Cuba, Vietnam. No eran tendencias naturales ni espontáneos altruismos. La unidad, que sigue siendo sentida como valor fundamental por la izquierda, podía parecer irrealizable a comienzos de los ’60 y no había consenso de que fuera una necesidad superior.

El concepto de principios tiene una acepción intelectual pero también moral. En el primer aspecto son, dice Engels, los resultados finales de la investigación, «son verdades en cuanto concuerdan con la naturaleza y con la historia». [Anti Dühring] Y Arismendi plantea como primera base metodológica «el estudio concreto de la base material, es decir, los datos objetivos del desarrollo social», que deben ser estimados en el contexto internacional y desde un punto de vista histórico concreto. [Problemas de una revolución continental]

En el aspecto moral, hacen a la formación de la conciencia y la afectividad: es el sentir con el otro, y supone, como bien dice Pérez Aguirre, la capacidad de indignarse ante la injusticia y la opresión. Esa dimensión afectiva es reconocida por Arismendi: «No queremos que se diga de nosotros lo que se dijo de un gran revolucionario: luchaba por el pueblo pero no lo amaba. Nosotros luchamos por el pueblo porque lo amamos profundamente y somos parte de él». [Acerca de la enseñanza, la literatura y el arte]

Esta frase, que puede parecer trivial, marca la distancia del revolucionario con el filántropo. Éste ayuda a los pobres, a los oprimidos, incluso con gran sacrificio personal, pero los ve como los otros. El revolucionario se incluye a sí mismo en un nosotros. Quizás nadie lo expresó con mayor profundidad y belleza que Gramsci: «...la filosofía de la praxis (...) es la conciencia plena de las contradicciones a través de las cuales el filósofo, entendido individualmente o como grupo social entero, no sólo comprende las contradicciones, sino que se coloca a sí mismo como elemento de la contradicción, eleva este elemento a principio de conocimiento y, por lo tanto, de acción». [Cuadernos de la Cárcel]

Por eso Arismendi definió la solidaridad no sólo como un deber hacia los otros, sino como tarea estratégica propia, en la unidad de la gran sinfonía de la revolución continental y mundial. «Nuestra causa es inseparable del destino del mundo (...) Por ello crece la importancia histórica de América Latina (...) cada combate por su liberación, cada guerrillero que dispara su fusil, cada obrero que va a la huelga y reclama más pan, cada campesino que lucha por su tierra (...) está golpeando al agresor de Vietnam. (...) A medida que avance el proceso, más se planteará a cada pueblo el gran dilema que es la piedra de toque en la cuestión de la solidaridad: ser base de agresión o campo de lucha». [Discurso en la OLAS]

En la perspectiva revolucionaria la opción política es a la vez opción ética.


por María Luisa Battegazzore
Presidenta de la Fundación Rodney Arismendi

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